Compartir es la esencia de la vida.

Por Arjuna

Ser feliz es nuestro destino, pero cuando se comparte esa felicidad de vivir, uno es doblemente feliz.

Desde el instante en que nacemos Dios nos regala la oportunidad de compartir la vida con la familia y encontrar esos lazos afectivos que serán el sostén de nuestra relación con el mundo y con los demás, y muchas veces el no haber tenido la seguridad materna de la lactancia, y los lazos de afectivos de los primeros años de la infancia pueden causar una dificultad para relacionarnos sanamente con los demás.

La familia, la tribu es tan necesaria como nuestro soporte y acompañamiento en el camino de la vida.

Y es así como se entiende a la sangha, a la comunidad, como una verdadera familia espiritual, la cual muchas veces tendrá lazos más fuertes que los carnales, puesto que al estar centrados mucho en la mente y el cuerpo, esos lazos no siempre nos unen desde la profundidad, desde las dimensiones del espíritu.

La familia espiritual, cuando realmente se vive desde la íntima y real comprensión interior de que somos espíritu y que nuestra comunión es vivencial en el espíritu, tiende lazos más fuertes que los de la carne o la sangre.

Recientemente, en marzo, tuvimos oportunidad de compartir con nuestra sangha en la Península Ibérica en algunas ocasiones.

Una singularmente bella fue el paseo que hicimos a Castell y a Calella de Palfrugell.

Meditación en la Platja de Castell

La platja de Castell pertenece al término de Palamós y se ha convertido en uno de los últimos arenales extensos y vírgenes que se mantienen en la Costa Brava, gracias a que en los años 90 los vecinos de Palamós , y gracias a un referéndum popular, lograron mantenerla libre de edificaciones y urbanizaciones.

Castell es una cala rodeada de bosques de pinos y campos de cultivo, con una longitud de 375 m y 40 m de ancho. Tiene forma de media luna, de arena fina y dorada, ideal para los niños ya que es poco profunda y el fondo marino es de arena.

Aquí en esta belleza natural tuvimos la oportunidad de dialogar de todos esos temas que inspiran nuestro caminar del espíritu y ahondar nuestros lazos espirituales con un bello compartir.

De forma particular recordaré la profunda y honda meditación que hicimos al ritmo del sonido de las ondas del mar y el delicado flujo de la respiración adentrándonos a dimensiones cálidas del alma.

Recordé a mis compañeros y estudiantes que años atrás en la playa de Ballenita en Ecuador, donde hacíamos muchos retiros junto al Padrecito Dávila, él me había enseñado la técnica particular que hicimos ese día.

Fue reconfortante y vivificante. La presencia de Dios se vive con una intesidad única en la naturaleza.

Belleza natural e historia se encuentran en este mágico lugar. En la parte alta de uno de los salientes rocosos al norte del arenal se conservan las estructuras restauradas de un antiguo Poblado Ibérico del siglo VI a.C.

Aquí nuestra querida Mireia Carreras, para quien estas regiones son su hogar, nos dio explicaciones sumamente interesantes de estos asentanmientos y nos guió por la zona.

Continuando por el camino que conduce a este yacimiento se llega a la pequeña y bonita cala de “la Foradada“ con unas aguas transparentes que la hacen especialmente recomendada para hacer submarinismo. Todo esto lo apreciamos desde lo alto de la colina.

La Barraca de Dalí.

Mireria nos contó también que cerca en el interior del bosque de pinos se podía encontrar un lugar poco conocido, llamado la casa o barraca de Dalí, que es un pequeño taller, hoy vacío, que sin embargo cuenta tras de sí curiosas historias relacionadas con el genial pintor Salvador Dalí

Para entender el origen de la Barraca de Dalí hemos de pensar que se encuentra relacionada con una gran finca denominada “Mas Juny”, con bastante historia.

El Mas Juny, originariamente una antigua masía denominada Mas Crispí, con una torre de defensa circular, comenzó a tener bastante fama cuando el famoso pintor Josep Maria Sert (autor, entre otras obras internacionales del mural de la gran Sala de la Sociedad de Naciones, en Ginebra), adquirió la finca en los años veinte del siglo pasado.

Después de lgunas tragedias y sucesos, en 1940 Sert (que moriría cinco años después) vende la casa al segundo gran personaje de esta historia: Alberto Puig Palau (1908-1986). Puig Palau es un joven guapo y vividor, quinto hijo de un multimillonario, que organiza fiestas de alto copete en Barcelona y también lo hará en la masía recién comprada. Siempre del lado del bando vencedor en la Guerra Civil, Puig Palau goza del favor del régimen.

En 1945 edifica en la finca una torre, y para inaugurarla monta una fiesta en la que organiza una corrida de toros y un tablao con Pastora Imperio. Con una clara vocación de mecenas, Puig Palau organiza sucesivamente fiestas e invita a la flor y nata del arte y la cultura del momento. En plena posguerra española pasaron por aquel rincón de es Castell Manolete, Carmen Amaya (quien todavía no había adquirido el Mas Pinc de Begur), una jovencísima Lola Flores o Manolo Caracol, así como el escritor Josep Pla. Ni que decir tiene que Alberto tenía una especial predilección por los gitanos y el flamenco.

Salvador Dalí también era muy amigo de Puig Palau y participaba de estas fiestas. En un gesto de cordialidad, Alberto hace construir un taller-estudio de pintura a Dalí para que cree sus obras: es la barraca de Dalí, a la cual le dio un toque original y surrealista añadiendo la puerta inclinada.

Dalí recibió con agradecimiento este detalle.

Caminando por un intrincado sendero de arena, piedra y arcilla, y guiados por Mireia llegamos a la barraca de Dalí. Una energía particular se siente en el lugar. Como si los personajes y sucesos han dejado allí una huella etérea. Cosa que no dista de la realidad, pues en los círculos ocultistas sabemos de la existencia del registro akáshico, ese libro astral donde toda la existencia está escrita y registrada.

Aquí meditamos y también nos tomamos algunas sigulares fotos.

La barraca de Dalí se puede visitar exteriormente en la actualidad tal y como era entonces. La puerta permite vislumbrar algo de su interior, el cual permanece prácticamente vacío. Dalí estuvo allí, tenemos fotos que lo atestiguan, la barraca se hizo en honor a él y su obra.

Es un interesante lugar para conocer.

Calella de Palafrugell.

Luego de tan bellas meditaciones y paseos por la Platja de Castell y sus alrededores, nuestra familia espiritual ibérica nos había propuesto visitar y almorzar en Calella de Palafrugell, pero con tanto éxtasis de belleza y meditación se nos había hecho tarde. Encontrar dónde comer no fue fácil, el ritmo sereno y de antaño de este poblado se aleja de los reclamos del capitalismo y sus leyes de oferta y demanda.

Antiguas casas de pescadores con coloridos porticones, callejuelas que unen el mar con la iglesia, arcos desde los que se contemplan pequeñas islas que parecen hormigas, pequeñas playas familiares y tranquilas calas bajo acantilados rojos y pinos de un verde intenso hacen que Calella de Palafrugell sea esencia del Mediterráneo.

Calella es una extensión marítima del pueblo de Palafrugell a la que una vez llegaron pescadores para proteger esta porción de costa de los piratas. Con el tiempo, la pesca y el corcho nutrieron la economía de este reducto hasta que la burguesía catalana recaló en sus aguas cristalinas.

Sin embargo, la cosa aquí nunca se salió de control y escasean las tiendas de flotadores, los comercios de monopolios, los gigantes de cemento y otros malos hábitos del turismo de sol y playa.

Calella de Palafrugell aún mantiene el encanto de un pueblo de pescadores y sus pocos hoteles se han adaptado a su magia: a las habaneras de Calella, tan típicas de la comunidad pesquera y que aún se interpretan en las noches de verano; las antiguas redes de pescar que lucen en la Oficina de Turismo pero, especialmente, ese Port Bo convertido en ícono del pueblo.

Diferentes barcas de colores lucen en la playa al amparo de casas blancas definidas por sus voltes, o arcos que permiten mirar al Mediterráneo de una forma diferente, incluso daliniana.

Aquí la filosofía es dejarse llevar y perderse entre sus encantos, sus atajos al mar o una terraza donde degustar la garoina en temporada mientras vigilas que no te atrape su buganvilla.

Aún con la dificultad para encontrar dónde comer logramos hayar un sitio, con pocas opciones pero que permitió llenar nuestro estómago para luego disfrutar de un paseo por su puerto, sus veredas frente al mar y otros singulares rincones de este pueblo hermoso.

La tarde se hizo noche, y la noche avanzaba cuando nos despedíamos 10 veces y no lográbamos decirnos adiós.

El marco de la despedida se lo hizo mientras compartíamos la necesidad de vivir el presente, de regresar a los ritmos de esos pueblecitos que tienen tanto que enseñarnos.

Compartimos entonces una fábula de la tradición Zen, que es un koan-cuento, de esos acertijos del oriente, que de forma sencilla y enigmática, nos regresan a vivir el presente.

Aquí y ahora. 

Les llevamos en el corazón querida sangha.

 

Con amor, 

Arjuna. 

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