En el Ashram del Inca del Padrecito Dávila.

Por Arjuna Das

Mi maestro, el Padre Dávila, construyó su ermita en una de las más alejadas y altas montañas de la ciudad de Quito, más arriba de un pequeño caserío que se llamaba San Isidro del Inca.

Después de haber sido iniciado en el año 1952 en el sendero del Yoga por el Pandit Bhek Pati Sinha y de haber comenzado a seguir de forma devota las enseñanzas de la Meditación de Paramahansa Yogananda, el Padre adquiere un amplio terreno, rodeado de árboles cipreses y hermosa vista a los nevados, donde construiría su casa y ashram.

A partir de 1961 el Padre toma residencia en el Inca y este será su hogar hasta 1999, momento en que deja su cuerpo físico.

Recuerdo la primera vez que fui a su casa. Sabía que debía llegar a San Isidro del Inca y fue justamente en la Iglesia de San Isidro donde me dejó el taxi.

Lo que yo no sabía es que tenía que caminar, bastante todavía, subiendo una empinada y cansada loma, para llegar a la ermita del Padre Dávila.

Buscando la dirección y arrastrando mi maleta llegué a mi destino con mucha emoción de poder visitar a mi maestro en su casa, de la cual había escuchado muchas historias por parte de mis hermanos discípulos.

Luego de que una de las chicas (las discípulas que se ocupaban del servicio doméstico del Padrecito) me abriera la puerta de la cerca para entrar en el terreno, pude divisar al Padre conversando con una persona, un discípulo.

Mientras me acercaba respetuosamente caí en cuenta de una cosa, yo jamás le había avisado al Padre que venía a visitarlo. Ni siquiera le había pedido permiso para quedarme en su casa como yo pretendía.

Cuando ya estuve en frente suyo le saludé. El Padre me observó de pies a cabeza sin decir una sola palabra y luego de una mirada de “asombro” frente a mi inoportuna presencia,  regresó a terminar la conversación con dicho alumno.

Al despedirse de esta persona se acercó a mí y me dijo: Ven conmigo.

        “¿O sea que te vas a quedar aquí?” Me preguntó en tono inquisitivo. 

Yo no sabía qué y cómo responder, la cosa más lógica que debía hacer jamás se me pasó por la cabeza.

        “Me gustaría quedarme aquí si usted me lo permite”. Respondí con un nudo en la garganta.

Me indicó que me sentara en una sala que estaba ubicada en el lado izquierdo de la entrada principal, con un piso distinto al de madera de la sala y el comedor. Y mientras me senté, sus dos perros, Rocky y Firpo, se sentaron cerca de mí encima de los sofás mientras me miraban como diciendo: Tú de aquí no te mueves sin nuestra venia.

Pasado un rato el Padre me llamó y subimos con él al primer piso, donde me indicó mi habitación para dormir y me dijo que en un rato meditaríamos en su cuarto de meditación.

¡Ese cuarto! Cuando entré se sentía tanta energía y tanto silencio, practicamos juntos nadi shodana (respiración alterna) y luego entramos en un profundo silencio como jamás había percibido antes.

Han pasado casi 3 décadas de aquella primera visita a la casa del Padrecito en Quito y este lugar será siempre para mí un espacio de peregrinación.

El pasado 14 de mayo tuve la oportunidad de compartir unas prácticas de Hatha Yoga, Meditación y un diálogo espiritual con mis hermanos de Autorrealización de Quito en el Ashram del Padrecito y fue por supuesto un momento de mucho gozo y amistad.

Tantas anécdotas y tantas historias que venían a mi mente que sólo podía sentir gratitud y alegría por los regalos que el Padrecito nos sigue dando hasta hoy.

Uno de los regalos fue poder compartir con varios alumnos queridos una breve pero profunda meditación en ese mismo cuarto.

Y es que se siente tan cargado de silencio y quietud que es casi imposible no adentrarse en uno mismo.

Pero quiero que algunos se expresen y lo cuenten en sus palabras. A continuación unos testimonios.

 

Con afecto,

Arjuna

 

Testimonios

¡Fue una experiencia sublime e inexplicable!

Michelle Wright

El sábado 14 de mayo asistí a una mañana de encuentro de meditación, práctica de yoga y enseñanzas con mi maestro Arjuna (Gustavo Plaza) en la casa del Padrecito Dávila. Este es un Ashram maravilloso situado en la ciudad de Quito, en el sector más alto del Inca.

Cuando supe de la venida de Arjuna a la casa del Padrecito, organicé todo para poder ir y no faltar a este encuentro. Sentí un fuerte llamado para ir a este lugar. Así que salí muy temprano de mi casa y llegué antes de iniciar las actividades.

Como algunos llegamos temprano Arjuna nos invitó a esos pocos alumnos a entrar a la casa del Padrecito. Entramos, en silencio y reverencia, primeramente, a su sala en donde se encuentra el sillón donde se sentaba el Padrecito a conversar con sus alumnos e invitados.

En este lugar ya sentí una energía distinta, casi como si entrara a otra dimensión. Una dimensión de paz y silencio total. Luego de permanecer un rato ahí, nos dirigimos a un segundo piso, todo en este lugar se percibía igual…mucha, mucha paz. Al terminar de subir las gradas, se visualizaba un corredor y a mano izquierda una puerta de madera.

Arjuna la abrió y nos invito a pasar. Era un cuartito pequeño, apenas entrábamos 5 o 6 personas bien pegados. El cuarto tenía un altar de meditación, de lo más hermoso que he visto. Tenía muchas ganas de admirar todo lo que estaba ahí, sólo que no lo podía hacer, ya que una fuerza inexplicable me llevaba a cerrar mis ojos y a entrar en un estado de meditación instantáneo.

¡Fue una experiencia sublime e inexplicable! El tiempo y el espacio pasaron a segundo plano mientras que sentí un especial estado de profundidad. No sé cuánto tiempo pasó cuando Arjuna nos pidió retirarnos pues el programa iba a comenzar, mientras tanto yo sólo quería quedarme ahí.  Saliendo de ahí, permanecí en un estado de paz y presencia absoluta.

Aun visualizo y recuerdo la energía, la paz y el sonido único del silencio que este altar me dejó como una huella eterna. Luego pude disfrutar plenamente junto a la Sangha de la AEA (Escuela de Autorrealización) de una hermosa mañana de prácticas de yoga, meditación y charlas con Arjuna (Gus).

¡Gracias Arjuna y Padrecito por haberme invitado a visitar este Ashram tan especial!

Michelle.

 

Era como si el tiempo se detuviera, como si entrara a otra dimensión.

Sati Devi Dasi (Cecilia Angulo)

Es curioso pensar que después de tanto tiempo, un espacio puede conservar la presencia de una persona de una manera tan profunda. Atravesar la puerta de entrada a la sala donde el padrecito Dávila se reunió tantas veces con sus discípulos, te atraviesa de una forma que poco pueden explicar las palabras, mi ser estaba tan conmovido, mi corazón con un vértigo inexplicable, como si el tiempo se detuviera, como si entrara a otra dimensión.

Esa sala de la casa llena de fotos del Padrecito en blanco y negro, y en una esquina la silla de terciopelo azul, apartada con una cinta dorada, que te deja saber que ese asiento lo sigue ocupando él.

Cerramos los ojos un momento para percibir la magnitud del silencio en la vastedad de ese lugar, para después conocer su espacio de meditación, una pequeña habitación llenas de imágenes de nuestros queridos Maestros, siento las lagrimitas en mi mejilla, que no son más que una prueba de que al entrar en un lugar como este, recuerdo que somos mucho más que un cuerpo y que nuestro espíritu es inmortal, la presencia del Padre Dávila se percibe en toda su magnitud y llena de gratitud tengo el honor de dar fe de ello.

Sati.

 

Un regalo inolvidable, que al día de hoy todavía conmueve mi corazón.

Ekadhasi Devi (Elena Chavarría)

El día 14 de mayo asistí a un hermoso encuentro en el Ashram y Centro de Quito de la Asociación Escuela de Autorrealización,  organización del padre César Dávila. Fui invitada por mi maestro y guía espiritual, Gustavo Plaza.

Todo el evento fue hermoso: La práctica del pre-yoga, desayuno y meditación guiada, la cual tuvimos la dicha de tener en la capilla del centro.

Esperé toda la tarde a ser invitada a la casa del maestro, era lo que realmente más había deseado todo el día, y tal vez tener la dicha de entrar al cuarto de meditación del padre. Como si mi querido maestro leyera mi mente, y concediéndome el deseo, al final de la tarde me invitó a pasar a tan sagrado lugar.

Al entrar a la casa me sentía un poco cansada por las actividades de todo el día y me recosté muy respetuosamente en uno de los sofás. Fueron muy pocos minutos los que cerré mis ojos, pero sentí un descanso profundo, como si mi cerebro automáticamente hubiera entrado en otra frecuencia.

Al momento de entrar al cuarto de meditación, no puedo explicar con palabras la energía sentida dentro, un silencio lleno de significado para mí, lleno de Dios, definitivamente sólo pude pensar, “este es un espacio sagrado”, un lugar que indudablemente guardaba una memoria, la presencia de quien en vida fue un ser humano ejemplar. Citando las palabras de Paramahansa Yogananda al referirse a su amado maestro Sri Yukteswar: “Un maestro de una gran estatura espiritual”.

Nos dispusimos a meditar. Gustavo guió la meditación y parecía que en las paredes del cuarto se había colocado un halo de luz, una energía que rodeaba el espacio y que no permitía que mi mente revoloteara sin cesar, como muy seguido me sucede en la meditación. Era como si yo no tuviera ningún tipo de control. Fue una meditación profunda, llena de paz, un regalo inolvidable, que al día de hoy todavía conmueve mi corazón.

 

Eka. 

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